Siempre que quiero contar una de esas historias mías pienso en vos, sí en vos, que los estás leyendo, entonces me digo, seguro que va quedarse con la idea que me invento todo.
Te sirve de algo si te prometo que no me gusta mentir, y si te explico ¿por qué no me gusta vas a creer la historia que voy a intentar contarte?, si no, me da qué sé yo, ¿viste?, bueno, cuando era chica tenía que mentir, en otra historia te contaré por qué. Entonces cuando dejé de hacerlo me dije, nunca más voy a mentir, y salvo mentirijillas, esas que dicen que son para salir del apuro y pocas, no he hecho.
El sufrimiento es jodido, y el de otro ser es peor, da igual que ser, un gato, un perro, un pájaro, no sé hasta una planta que ves que se va muriendo duele. A mi al menos me pasa eso, siempre me pasó, cuando era chica teníamos en mi casa animalitos, conejos, cuises, perdices, palomas, gatos, perros, loros, papagallo, teros, y algunos más que ahora no recuerdo. Mi casa parecía un Zoo.
En Montevideo hay un Zoológico, para lo que es la ciudad es grande, en aquéllos no estaba tan bien acondicionado como puee estarlo ahora, que no lo sé porque ya no vivo ahí. Me encantaba ir al Zoo, se llamaba Villa Dolores, mi abuela María, la madre de mi madre, vivía cerca de él, así que yo iba a su casa y luego nos íbamos andando hasta allí las dos.
Nací en los cincuenta y mi madre era de las que pensaba que los niños debían independizarse lo antes posible, ir a la escuela sola, andar en autobus, aprender el nombre de las calles, y no recuerdo exactamente a qué edad andaba sola por las calles haciendo recados bajando y subiendo de los autobuses. A veces iba con amigas que tal vez teníamos ocho o nueve años, eso sí nunca se me olvidaba que había que cruzar en las esquinas, nunca en el medio de las calles o avenidas, ahí era más fácil que te atropellaran. Fácil era cuando había un paso de cebra, mi madre decía si te atropellan en uno te pagan, en medio de la calle no. Ese consejo hasta ahora lo recuerdo, y otro era, si ves que más gente cruza, siempre en una esquina espera a que todos crucen, es más seguro que los coches paren. Antes no había ni semáforos, y pocos pasos de cebra.
Para ir al cole había que cruzar una avenida muy concurrida, y nunca había un policía de tráfico ni nada.
Me estoy enrollando como una persiana, todo esto para explicar que iba al Zoo con mi abuela, sola hasta su casa en autobús y luego andando con ella, ah, y que no me gustaba ver sufrir ni a las plantas, que al final también son seres vivos y sienten.
Ahora tengo tres gatos y plantas, me gusta verlos vivos como disfrutando de la vida.
Un pensamiento me lleva a otro recuerdo y así voy de una cosa a la otra. Imagínate entonces si en todos estos recuerdos tengo también el sufrimiento de niños y personas, para mi a veces se me hace insoportable.
Un sicólogo, que era húngaro le dijo a mi madre que era una niña con una hipersensibilidad muy importante, que eso no se corre gía de ninguna manera, cuando lo dijo su tono era como si llevara encima una desgracia muy grande. Eso me pareció al menos cuando lo escuché, la cara de mi madre no ayudó mucho tampoco, parecía algo serio, ahora comprendo que lo era.
Esto no es lo que iba a contarte al principio, pero entra dentro de toda una larga explicación, si te aburro perdóname, ahí va la historia, tengo más pero me he dicidido por ésta.
Conocí a Irene trabajando en el hospital, una señora que al recibirla noté en ella una mirada que me sonreía con una claridad luminosa, su pelo era casi blanquecino brillante impecable, una sonrisa amable y cariñosa, nos miramos como si nos conociéramos, algo instantáneo que pasa a veces, en momentos muy especiales, que sientes que algo de fuera que está en su sitio pero fuera de ti, algo que pertenece a otro lugar desconocido interactúa contigo y con el otro.
Difícil de entender al principio, percibes mucho y no entiendes nada, cuando estas suelen pasarte a menudo ni te preguntas, dejas pasar porque comprendes que en esos momentos las respuestas faltan, sabes que las tendrás, sucederan cosas y sabrás por qué esas miradas se hablaron sin que esas bocas se dijeran ni una palabra.
El contacto con Irene era muy cariñoso como si hubiéramos estado juntas mucho tiempo, estaba triste aunque sus ojos tenían esa sonrisa tan hermosa.
Cuando tenía ratos libres me gustaba pasar por su habitación a conversar y me contaba su vida, sobre todo lo sola que se sentía desde que su marido había muerto. Qué triste se sentía por sus dos hijas adultas y tan distanciadas entre sí y con ella.
Me encantaba escucharla, necesitaba hablar, ser escuchada, poco le decía de mi, me interesaba mucho su historia, una parte de ella era como si yo misma me transportara al futuro y estuviera hablando de mi marido muerto de cómo lo quería, cómo lo extrañaba, cómo me gustaría estar con él, todo eso era lo que ella decía. Entonces un día le dije que en ese aspecto la entendía porque también me sentía muy sola y enamorada como ella.
Su vida se había convertido en un vacío, con su marido había sido muy feliz, ahora hacía muchos años que esperaba le llegara el momento del reencuentro con él.
Cuando me hablaba era tan feliz que se le iluminaba la cara, parecía que se iba de la habitación cuando me contaba cosas de su vida con él.
Estaba ingresada para hacerle unos estudios, ella estaba aparentemente bien, sus hijas venían a verla por la tarde, nunca el mismo día ni a la misma hora.
El día antes de mi día de fiesta me despedía de ella, era cuando hacía la noche, por la mañana.
La primera noche habíamos tenido varios días de contacto, y me confesó que no podía dormir, que la pastilla no funcionaba. Al terminar la ronda pasé a verla, charlamos bajito para no despertar a la otra señora de la cama de al lado y se me ocurre darle una idea.
-Irene, mira, creo que lo que tienes que hacer es cerrar los ojos y no tratar de dormir, empieza a recordar una de las mejores noches con tu marido, una, dos o tres, las que quieras, y disfruta como en esos momentos, no te cortes un pelo, porque esos momentos son tuyos, están dentro de ti. Tienes todo el derecho a vivirlos todas las veces que quieras. Recuerda con él todo lo que desees, olvídate de todo lo que vino luego, todo lo que te han hecho vivir sin él, eso no les pertenece ni a ti ni a él. Revive sólo lo vuestro lo que vosotros costruisteis con vuestro amor día a día, momento a momento, tienes toda la noche, por la mañana vendré a despedirme y me contarás dónde estuvisteis, cómo lo habeís pasado.
Le di un beso y me fui.
Por la mañana como le prometí fui a su habitación con los termómetros y ya estaba despierta, ella y su compañera de habitación, las dos charlando.
Irene contenta, contándo qué bien había dormido toda la noche.
Les dejé los termómetros, lueago los recogí, y no teníamos tiempo para hablar.
Antes de irme pasé y le pregunté ¿qué tal?, entonces bajito me contó que hacía años que no había dormido y pasado una noche tan especial. Había estado toda la noche con él.
Que habían estado toda la noche juntos, se sonreía con una cara pícara y feliz, me había hecho caso, no se había cortado un pelo, se había permitido todo. Que estaba segura que sólo quería estar con él, y que él la estaba esperando. Me despedí de ella, no le gustaba que tuviera dos días de fiesta, pero lo entendía.
Al volver después de dos días, me entero que Irene tiene una tumoración maligna en el hígado. Ella seguía divinamente con sus sueños y durmiendo toda la noche.
Me atreví a hacer algo arriesgado y hablé por separado con sus hijas para que delante de ella se dieran un abrazo aunque fuera fingido, era un deseo que ella tenía. En lugar de mandarme a la mierda, quedaron una tarde y lo hicieron.
Irene no sé si se lo creyó o no, pero lo disfrutó, ella no sabía que tenía cáncer, que no se podía operar, y que se iba a morir en su casa, vaya a saber cuándo. Ella seguía ahí, esperando que el tiempo pasara, conversando conmigo, amable con todos, soñando y amando a su marido, recibiendo a sus nietos y sus familiares con todo su cariño.
A pocos días de todos estos acontecimientos, hago una noche, y luego de una de nuestras charlas sabiendo que no voy a ir a trabajar al otro día, cuando me despido por la mañana me dice:
-gracias por todo lo que has hecho por mi, me alegro tanto de haberte encontrado, desde
el momento que te vi supe que algo especial me iba a pasar contigo, cuando vuelvas ya
no estaré aquí.
- ¿te darán el alta?, le pregunté
- no, hoy de tarde me voy de este mundo, me voy con él.
- Irene, qué cosas dices.
- es en serio, te llamarán y te lo dirán, no te pongas triste, porque yo estaré feliz, es lo que
quiero, ¿me das un abrazo y una sonrisa?, eres preciosa.
La señora de la cama de al lado estaba dormida, menos mal, cuando salí le conté a mi compañera sobre lo que me había dicho. Luego supe que a ella también le dijo que se iba por la tarde y se despidió de ella.
A las cinco de la tarde me sonó el móvil, me avisaban que Irene había muerto, había pedido que me avisaran cuando muriera y que me daba las gracias por todo. Cerró los ojos y creyeron que estaba dormida.
Está de más decir que quedé muy impresionada por todo, nunca la he olvidado.
También decir que no fue la primera ni la última experiencia de este tipo.