lunes, 9 de marzo de 2009

"HABLANDO CON UN AMIGO"

Cuando tienes 18 años haces cosas que al recordarlas y contarlas suenan de otro mundo. Sin embargo pasaron, mi amigo me escuchaba, ¿sucedió verdaderamente o es una creación de mi imaginación?
Tu decides.
Si estudias ciencias, quieres aprender, en cierto lugar de este mundo, le daban al estudiante un permiso escrito del instituto, para ir al cementerio y recoger un esqueleto que nadie había reclamado.
Ese día, de mi historia que voy a contarles, dos chicas se presentaron en el depósito de esqueletos del cementerio, de ese lugar del mundo, portando dos sacos de arpillera para recoger uno.
Había que ser listas y llevar una buena propina para que les dieran uno completo. Ahí se presentaron y vieron montones de huesos en el suelo dispuestos para recoger.
La mayoría de los estudiantes se llevaban esos ya colocados para la ocasión, sin embargo estas dos que he nombrado anteriormente, decidieron ir más lejos.
Se acercaron al funcionario, le pidieron uno completo, le enseñaron el dinero, y éste sin más las introdujo en una especie de galpón grande.
La impresión que daba ese lugar era tenebroso, pero no se achicaron ni un poquito.
¿Sintieron miedo?, quizá, eso no lo contaron.
El funcionario, eligió un cajón cerrado, y haciendo palanca con una herramienta lo abrió.
Al mirar dentro, aquéllo parecía de color beige, no se veía el esqueleto, sin embargo ahí estaba.
Había que meter las manos y sacarlo. ¿Qué era eso que lo cubría?
Pronto se enteraron, metiendo sus manos vieron que esa masa beige cobraba un movimiento, no eran más que pequeños gusanos, ¿asquerosos?, tal vez.
Tenían que sacar lo que iban a buscar, así que se remangaron, y, como pudieron, fueron sacando a Victor, que así lo llamaron luego de convertirlo en algo útil para el estudio que iban a realizar.
Era grande, les costó quitarlo de aquél cajón mohoso, viejo, y lleno de gusanos.
Cargaron en los sacos al pobre Victor, que no tuvo a nadie que lo fuera a reclamar.
Aquél cementerio era grande, por suerte era de día, un día con mucho sol, un cielo azul, y bastante calor. Había que caminar un buen trecho, para llegar a la salida, y coger el autobús.
Lo consiguieron, pero aquí no acaba la historia. Al pobre Victor, que al final de cuentas ya no era tan desgraciado, tenía que ser convertido en algo que ni se hubiera imaginado en vida. Un esqueleto limpio, así que fueron a por ello.
¿Cómo?, limpiándolo, desprendiendo los colgajos que aún lo mantenían unido en algunas partes de su cuerpo. Lo hicieron con un cuchillo afilado, cortaron, separaron, y al final Victor terminó en una azotea hirviendo en una olla, con una pequeña garrafa de gas.
Como era tan grande aquéllo se hizo poco a poco, no había una olla tan grande como para meterlo de una vez. Días y días parte por parte, aquélla olla iba hirviendo los huesos de aquél esqueleto completo.
Olía a cocido madrileño, la familia estaba un poco horrorizada, por eso, terminaron las dos en la azotea, el olor era bastante penetrante, peor era la situación, porque sabían de dónde procedía.
Todo hervido, separado, limpio, aún tenía que pasar otra etapa. Otra vez hervir todo aquél esqueleto, pero, con lejía. Ya no olía a cocido sino a limpio.
Quedó precioso, según me contaron. Todos tenían que ver con Victor, lo guapo y presentable que había quedado. Todas sus partes perfectas, perdón, no todas, me olvida que me contaron, que la perra que tenía una de las chicas, cogió un fémur y casi se come la cabeza, aclaro, del fémur, le quedó una muesca, sin importancia.
Claro está, que en algún momento de todo el proceso, se les antojaba pensar, que había sido un hombre, con su cuerpo, su vida, pero, ¿qué vida?.
Nunca se supo, pero daba cosa verlo, y suponer cómo había sido en vida, que al final de tres años muerto, nadie fue a reclamar sus restos.
De cualquier manera, Victor, fue muy importante en su muerte, porque aquéllas dos chicas tuvieron el valor de rescatarlo de los gusanos, y dejarlo más guapo de lo que jamás hubiera soñado.
Dieron clases con él, estudiaron con él, una de ellas lo tenía en el dormitorio, su cráneo perfecto, estaba sobre el escritorio.
¿Qué más hubiera querido Victor?. Varias veces, la que lo utilizaba, le dio las gracias, no dejaba de pensar si lo que habían hecho estaba bien o mal.
Había que estudiar anatomía, que mejor que con Victor.
Sólo una de ellas lo utilizó, la otra sólo colaboró en la labor de recoger, y limpiar aquel conjunto de huesos.
Victor fue prestado varias veces, porque era hermoso, era importante.
Al final, no se sabe cómo pero, nunca volvió a las manos de su "dueña".
Hoy después de tantos años, estará en las manos de algún estudiante, que lo toca, lo mima, le recorre las huellas de sus huesos como nadie quizá lo haya hecho jamás con tanto cariño.
Gracias a esa amiga que ayudó en la labor de rescate, gracias a ese amigo que escuchó este cuento y casi vomita, pero, no lo hizo.
¿Se habrá creído de verdad que en alguna parte de este mundo, pudo haber ocurrido algo tan pecaminoso?. ¿Qué diría el Sr. Ovispo si supiera este cuento, o realidad?

1 comentario:

tentetieso dijo...

Cuando se tienen tantas cosas que contar -y se disfruta tanto contándolas como haces tú- no es de extrañar que quien te escuche acabe dudando de si tu relato es realidad o ficción... Seguro que la mandíbula de Víctor aún anda encima de algún escritorio riéndose de las peripecias de aquellas dos estudiantes de anatomía, igual que nos reímos otros ...¡una vez superado el susto!